Santa Isabel de la Trinidad - CANONIZADA 16 OCTUBRE - Félix Málax
Como es de todos conocido, el príxmo día 16 de octubre nuestra querida Isabel Catez, Sor Isabel de la Trinidad, será CANONIZADA, proclamada SANTA, en Roma, por el Papa Francisco I. Ante esa celebración, el Superior de Eibar, P. Félix Málax, nos ofrece una serie de estudios, reflexiones y comentarios. Hé aquí el primero.
SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD
I.- PRESENTACIÓN
Isabel Catez Rolland, en el Carmelo se llama Isabel de la Trinidad Es una vida de 26 años. Pasa rápida por la juventud y por el mundo de la música. Rápida también la escalada de las cimas de la vida.
Casi a la par que describe su vocación de contemplativa, Isabel hace el hallazgo de un gran maestro, san Pablo. Y en él, los textos que definen la vocación profunda del cristiano. Textos que a ella le iluminan el sentido de la vida:
Ser “casa de Dios y templo del Espíritu”.
Ofrecer a Cristo una “humanidad suplementaria”, en que Él prolongue su misterio.
Sentirse llamada y predestinada a ser “alabanza de gloria” de la Trinidad.
Como una iluminada o una profeta, entre los 21 y 26 años, sor Isabel influye un denso magisterio de la pluma. Lo realiza en el ámbito estrecho de sus cuadernos de apuntes y sus cartas. Pero alcanza a sus amigas, a su hermana Guita, a seminaristas y sacerdotes, a su mamá. A casi todos los ha conocido en el mundo, en plena vida social. Ahora los sigue más de cerca con mirada contemplativa desde el Carmelo.
Ese magisterio de sor Isabel irrumpe con fuerza a raíz de su muerte. Primero, entre muchos jóvenes y seminaristas. Luego, entre teólogos de prestigio, como Philippon, Urs von Balthasar, Gabriel de Santa María Magdalena. Ver el apéndice. Y ahora, ante el mundo y la Iglesia entera, al ser beatificada el 25 de noviembre de 1984 y canonizada el 16 de octubre del 2016. La edición española de sus obras, traducida y preparada por el carmelita Alfonso Aparicio, de donde se toman estos apuntes.
Existe también una biografía de sor Isabel escrita por el especialista carmelita belga Conrado De Meester. Esta obra está escrita en base a los textos de la misma Isabel.
II. DATOS CRONOLÓGICOS
1. La familia
El 18 de julio de 1880 nace en el campamento militar de Avor, cerca de Bourges, centro geográfico de Francia, al norte de París. Sus padres se llaman Francisco José Catez y María Rolland. Se le ponen los nombres de María Josefina Isabel.
En 1887 muere su padre, luego de una larga enfermedad.
En 1891 recibe la primera comunión y la confirmación, en Dijon, población del este de Francia, cerca de Lyon. Se verifica un cambio radical en su conducta caprichosa y terca hasta entonces.
Vive cerca del monasterio carmelita del lugar con su madre y su hermana menor Margarita, formando un trío familiar en fuerte clima de amor.
2. Acontecimientos
En 1894 hace voto de virginidad consagrándose definitivamente a María.
En 1894, junio, recibe el primer premio de música en el Conservatorio.
En 1895, agosto-septiembre, excursiones al Jura (cadena de montañas entre Francia, Suiza y Alemania), que las describe en narraciones cortas y jugosas.
En 1899, marzo-abril: Misión General en Dijon por los Redentoristas, que ella vive fuertemente y toma apuntes, pidiendo la conversión del propietario de su casa, señor Chapuis.
Su madre le niega la entrada en el Carmelo y le prepara varias propuestas matrimoniales.
3. En el Carmelo
Ese mismo año, su madre le concede permio para entrar en el Carmelo cuando cumpla 21 años.
El 2 de agosto de 1901, entra en el monasterio de Dijon.
El 11 de enero de 1903 hace la profesión religiosa.
En 1904, escribe su clásica “elevación” a la Santísima Trinidad.
Experimenta una fuerte vida mística.
Al fin de su vida se llamará a sí misma “Laudem gloriae” (Alabanza de gloria), copiando de san Pablo: “ut simus in laudem gloriae eius” [a fin de que seamos para alabanza de su gloria] (Ef 1,12).
En 1905, enero, tiene los primeros síntomas de fatigas físicas, por la enfermedad que hoy se llama “de Addison”, que afecta a las glándulas suprarrenales del sistema endócrino. .
En 1906, muere el día 9 de noviembre.
El 25 de noviembre de 1984, es beatificada por Juan Pablo II en París.
Canonizada el 16 de octubre de 2916 en Roma.
III. LA PERSONA
0. Fuentes
La presentación de la persona y la doctrina espiritual que viene a continuación está basada en los testimonios de las personas que la conocieron y en sus escritos. Han sido recogidos y ordenados por el carmelita Alfonso Aparicio. Aquí queremos liberarnos del pesado aparato crítico de citaciones, que se puede cotejar en el volumen de sus obras escritas.
1. Persona y doctrina
En toda vivencia espiritual, la persona y la doctrina son inseparables. Constituyen entre sí una síntesis vital. Existe además entre ellas una interrelación permanente. Por eso, no se puede comprender un camino nuevo de vida espiritual, sin captar antes los valores de la persona que lo ha descubierto.
En el caso concreto de la espiritualidad de Isabel de la Trinidad, el mensaje trinitario compromete totalmente su persona histórica, porque es antes vivencia personal que doctrina formulada. Más aún, en Isabel el mensaje carismático se identifica con el proceso de su propia santificación. Ella, su mensaje y su proceso santificador forman una trilogía de realidades íntimamente unidas.
En su persona están presentes todos los valores humanos que la gracia necesita para que la vocación trinitaria que Isabel ha recibido sea una realidad. Pero se trata de unos valores que exigen una orientación y hasta una transformación.
Por eso, interesa conocer la persona portadora del mensaje y su proceso de transformación antes de exponer las líneas fundamentales de su doctrina.
2. Gran personalidad.
Isabel es una mujer de gran personalidad. Representa un equilibrio perfecto entre la naturaleza y la gracia, entre el realismo humano y el realismo sobrenatural. Eligió un modo de ser y de vivir, y lo realizó arriesgándolo todo, sin reservarse nada. La autoconciencia y la autorresponsabilidad informan siempre su conducta a partir de su “conversión” en los años de su infancia.
Desde el horizonte humano, Isabel es una mujer atrayente, vibrante, cautivadora, aunque sabe conservar en todo momento la serenidad del espíritu y la entereza de sus convicciones personales.
Desde el horizonte espiritual, es una existencia teológica, porque es una persona carismática, de fuertes resonancias religiosas. Su personalidad femenina tiene profundidad y altura, porque la fuerza de su ser emerge de la hondura de su recogimiento y de su silencio interior, y brota del radical ascetismo que ha practicado de forma intransigente.
El carácter y temperamento de Isabel, oportunamente orientada, sirvieron para forjar su auténtica personalidad. Todo temperamento lleva un auténtico peso biológico. La herencia también manda. Hija y nieta de militares, norteña por su padre, y descendiente del Sur por su madre, Isabel reúne en su persona un contraste de tendencias humanas. Es temperamentalmente dulce y violenta, expansiva y concentrada, enérgica y sentimental, alegremente cautivadora y serenamente profunda. En sus años infantiles vive al aire de sus caprichos. Se afirmó incluso de ella que “con su temperamento podría ser una santa o un demonio”.
3. Tres factores
Este antagonismo de tendencias interiores revela una riqueza psicológica y humana de Isabel que necesita orientación. Tres factores entran en juego para lograr el equilibrio psíquico de su persona: su madre, su propia voluntad y la gracia divina. Los testigos afirman con certeza estos factores.
La madre sabe cortar con energía pero oportuna y amorosamente las reacciones desconcertantes de su hija. Isabel emplea desde sus años infantiles la fuerza inquebrantable de su voluntad (“una voluntad de hierro”), para conseguir el dominio absoluto de su persona sin poder ocultar, a veces, el esfuerzo realizado.
La gracia ejerce también su influencia en este momento crítico de la vida de Isabel con sus llamadas interiores y las respuestas de ella, para vaciarse de sí misma y llenarse de Dios.
Ha sido una lucha permanente que ha durado desde los 11 hasta los 18 años de edad. Ha sido un triunfo de la gracia y de la voluntad, una victoria de los dos amores de su vida: el amor a Dios y a su madre.
4. Equilibrio sereno
Desde este momento, Isabel Catez ha conseguido su verdadera identidad personal. Hay en ella un equilibrio perfecto entre la amable dulzura de su persona y la fuerza apasionante de su naturaleza. Es un equilibrio que conservará intacto en el Carmelo. Su recio temple de espíritu la impulsará a asumir sin reservas el ideal carmelitano: a permanecer con entereza inflexible en las situaciones conflictivas de su alma, a subir a su calvario con la “majestad de una reina”. Así se transformará en crucifijo doliente y una “Alabanza de gloria” de la Santísima Trinidad.
Lo intelectual y lo afectivo son dos dimensiones de la personalidad de Isabel que posibilitan el cumplimiento de la misión eclesial que ha recibido. No se puede olvidar que toda vocación se inserta en el fondo de una naturaleza humana.
5. La formación
La formación cultural de Isabel fue deficiente. No tuvo una escolarización normal. Ella sentía una inclinación apasionante por la música, y su madre prefirió hacer de su hija una virtuosa del piano antes que una intelectual.
Sin embargo, Isabel demuestra a través de sus escritos que es un espíritu penetrante, una mujer cerebral, inteligente, de gran lucidez mental. Es más intuitiva que especulativa, es más reflexiva que sistematizadora, aunque subyace potencialmente en su doctrina un sistema orgánico de espiritualidad. La profundidad y sublimidad de su doctrina no están en relación directa con la formación cultural que ella recibió.
6. Capacidad receptiva
Isabel posee también una asombrosa capacidad receptiva que le permite asimilar sus lecturas y construir con ellas una síntesis doctrina luminosa y personalmente original.
Ella tiene, además, un estilo literario propio; un estilo que cambia con la madurez de su persona y con la perfección espiritual adquirida. En su adolescencia predomina el sentimentalismo romántico, lo barroco. Más tarde, su forma literaria adquiere una plenitud absoluta. Es la mujer de la palabra exacta, de la frase llena de ideas, del lenguaje técnicamente perfecto.
Todos estos valores intelectuales de Isabel quedan transformados por los dones del Espíritu Santo y son puestos al servicio de su vocación carismática. Si Isabel es intelectualmente una mujer de una sola idea que ha encontrado (el Absoluto), y se ha sentido enamorada del Dios personal, ella es una inteligencia iluminada por el don sobrenatural de la Sabiduría, que ha descubierto su vocación trinitaria, la suya, y la ha vivido sólo para ella.
7. Afectividad y sensibilidad
La afectividad de Isabel es un factor muy importante para la formación de su persona y para la vivencia de su vocación. Ella es un alma joven, intensamente emotiva y delicada en su conducta. Su dimensión femenina se hace afecto y cariño cautivadores en su trato con las personas.
Era cordial con todo el mundo, sin discriminaciones sociales. Es una forma de ser que conservará en la vida religiosa, porque el convento no es la tumba de los afectos humanos. Por eso, Isabel es una carmelita que supo amar en la alegría, en el sufrimiento y en el olvido de sí misma.
Ella posee también una gran sensibilidad, porque tiene temperamento de artista. Su espíritu está lleno de armonías. Conoce todos los secretos del piano y proyecta su alma de artista sobre Dios y sobre la naturaleza.
Sobre Dios, para construir una unidad armónica entre Él y su persona. Sobre la naturaleza para contemplarla como un valor estético, como la revelación de la belleza de Dios, expresada en realidades sensibles a los humanos.
Tanto la afectividad humana como la sensibilidad emotiva de Isabel pudieron ser un elemento negativo para la vivencia de su espiritualidad. Existía en ella el peligro permanente de la superidealización de su vocación, de la exaltación alucinante de sus ideas, del sentimentalismo religioso. Pero en ella la fe ejerce una supremacía sobre el sentimiento, el Dios-Amor transforma su afectividad humana, la gracia triunfa sobre el personalismo, el sufrimiento purifica sus deficiencias. Se ha salvado, de este modo, la autenticidad de su vocación trinitaria y la garantía teológica de su mensaje espiritual.
8. Extrovertida e introvertida
Isabel es un alma extrovertida e introvertida, a la vez. Son dos actitudes personales que van a ejercer gran influencia en su vocación trinitaria. Existe, en efecto, un doble ritmo en su existencia.
Por una parte, es una persona llena de vida, pletórica de entusiasmo que siente el impulso hacia el exterior, hacia la comunicación social. Por otra, es un alma de resonancias religiosas profundas, que siente la llamada divina hacia el interior de su ser, donde descubre una plenitud de vida eterna. Es un contraste de fuerzas antagónicas que nadie percibe porque ella evita toda indiscreción.
La joven Isabel se ve arrastrada hacia la vida exterior, porque tiene un carácter muy sociable y muy comunicativo. Asiste a los actos de sociedad que organizan las principales familias de Dijon. Lo hace por amistad y por obediencia a su madre, atormentada ante la perspectiva de la vocación religiosa de su hija. Isabel se presenta siempre impecable, porque tiene el sentido de lo perfecto. Es la protagonista de esas reuniones. Sabe dar calor humano al acontecimiento social. Todos admiran la frescura de su espontaneidad y el sereno equilibrio de su persona.
Sus relaciones sociales adquieren un ritmo más intenso durante las vacaciones veraniegas. Asiste a banquetes organizados en su honor, hace vida deportiva, juega partidos de pelota a pala, al tenis; acude a bailes y conciertos. Le entusiasman las paradas militares, porque lleva en su espíritu una herencia castrense. Mantiene una extensa correspondencia epistolar con sus amistades.
Pero la clave de sus ideales no está en la organización convencional de la vida que la sociedad ha montado. Es un clima social donde su persona no puede realizarse y donde ella se siente defraudada. A los 19 años escribe en su Diario: “Este mundo no puede satisfacerme”.
9. Densidad contemplativa
Isabel es un alma preferentemente contemplativa. Le atrae la vida interior. Siente nostalgia por el silencio, la soledad y la oración. Hay en ella una tendencia innata a vivir en lo íntimo de su ser. Ella misma se ha señalado un programa de vida religiosa que cumple con exactitud. Este programa religioso es sólo el aspecto externo de su profunda espiritualidad. El Carmelo sigue siendo la meta de sus ilusiones juveniles, porque en él podrá realizar sus anhelos de intimidad divina, de entrega y de sacrificio; y podrá, sobre todo, “amar y orar”.
En Isabel ha triunfado definitivamente la interioridad sobre la exterioridad, la vida de intimidad divina sobre la vida de interioridad humana, la vida hacia dentro sobre la vida hacia afuera. Esta actitud que Isabel adopta en plena juventud contiene en germen su vida futura de “Alabanza de gloria”.
10. El reclamo martirial
La vocación martirial es una de las disposiciones previas que exige ser “Alabanza de gloria”. Es la vocación personal que Isabel tuvo durante su vida. Toda su vida fue pura disponibilidad para el sacrificio, aunque nunca amó el dolor por el dolor. El sufrimiento aparece en el horizonte de su vida como un anhelo de configurarse con Cristo, hecho carne de cruz; como expresión de su celo apostólico y como consecuencia lógica de su amor divino. Su ascesis en una ascesis de amor.
La vocación martirial de Isabel tiene dos dimensiones: la mortificación exterior y el sufrimiento interior.
Sus mortificaciones exteriores antes de ingresar en el convento son una serie en cadena de actos pequeños, sencillos. Ella no había nacido para emular a los grandes penitentes. Es más interesante su mortificación interior. Isabel comprende que, en definitiva, lo que importa es armonizar la voluntad humana con la voluntad de Dios. Por eso, pone en práctica el principio ignaciano de “obrar en contra” de sus propios impulsos; acepta resignada las pruebas interiores que la atormentan y la crisis de fe que tuvo que pasar.
Su vocación martirial en el Carmelo es una historia personal hecha, día a día, en el silencio humano y la esperanza sobrenatural. Sor Isabel es la carmelita que ha hecho del Cristo de san Pablo (“el crucificado por amor”) la meta de sus ilusiones religiosas. Se ofrece a Él como una “humanidad suplementaria”, para que siga realizando en este mundo el drama de su Pasión.
Sufre, apoyada en la fe, un proceso de crucifixión física y moral. Sor Isabel ha querido transformarse por el sufrimiento en “una lira que bajo el toque del Espíritu Santo canta la gloria de Dios”.
11. Apostolado
El apostolado forma también parte integrante de una vocación trinitaria. En este sentido, Dios fue preparando la persona que iba a ser con el tiempo una “Alabanza de la Santísima Trinidad”. Existe todo un proceso histórico evolutivo desde las inquietudes apostólicas que Isabel Catez sintió en el mundo hasta el apostolado contemplativo que sor Isabel de la Trinidad realizó en el Carmelo.
Isabel era una mujer hecha para los demás. Por eso, el apostolado fue una preocupación permanente desde su juventud. En Dijon se consagra a las obras apostólicas de su parroquia. Se preocupa principalmente de la instrucción religiosa de los niños. Su caridad está siempre a punto, pero siente un amor especial por los pecadores. Ofrece por ellos sacrificios y hasta su propia vida. Le atormenta la posible condenación de las almas. El sufrimiento tiene siempre para ella un sentido redentor.
En el Carmelo el apostolado y la contemplación no son para sor Isabel un dilema o una dicotomía. Son una conjunción armónica y una síntesis vital. Es un apostolado contemplativo que ella lo proyecta sobre la Iglesia y sobre las almas.
Su vida contemplativa es una proyección sobre la Iglesia porque vive intensamente todas sus inquietudes evangelizadoras y santificadoras. Sor Isabel es una carmelita teológicamente eclesial.
Su vida contemplativa es también una proyección sobre las almas, porque ha recibido la misión carismática de atraerlas hacia la vida interior por la fuerza de su espíritu contemplativo.
12. Conclusión
Estos son los valores principales con que Dios enriqueció la persona de Isabel Catez, para hacerle sujeto de una experiencia religiosa trinitaria. Así es, a granes rasgos, la personalidad de esta carmelita, destinada a ser portadora de un mensaje espiritual nuevo para las almas, y elegida para abrir un camino nuevo en la espiritualidad de la Iglesia.
IV. SU EXPERIENCIA RELIGIOSA
En Isabel de la Trinidad, como en los grandes místicos, la experiencia de lo sobrenatural precede al magisterio doctrinal. Dios colocó a esta mujer en el confín de lo visible e invisible, para ser con su vida un testimonio de lo invisible.
La experiencia religiosa de Isabel es testimonial y transparente desde el momento que ella es una persona sencilla, carente de una formación teológica especial.
Esa experiencia se realiza bajo el signo de la interioridad. La mística de Isabel es una mística de interiorización. Su meta es la experiencia de la inhabitación de la Trinidad en la persona humana. [“Si alguien me ama cumplirá mi palabra, vendremos a él y habitaremos en él (Jn 14,23)].
Para Isabel vivir es vivir la presencia inmanente y personal de Dios en el alma. Es ahí donde se encuentra la clave de su vocación de gracia y de misión espiritual.
Su experiencia religiosa se caracteriza también por la unidad y continuidad. El misterio de la inhabitación divina polariza toda su existencia. Su vida espiritual es un itinerario sin desviaciones. La experiencia trinitaria para Isabel es el punto de partida de la historia de su santificación y el coronamiento de su vocación personal de “Alabanza de gloria”. Las etapas históricas de ese proceso están perfectamente señaladas y pueden determinarse siguiendo los diferentes momentos de su propia vida.
1. Primera etapa: Experiencia personal de la presencia trinitaria.
Isabel de la Trinidad se siente habitada. Ha experimentado en su ser el fenómeno místico de la presencia de Dios. Tiene conciencia de este acontecimiento sobrenatural, pero su conciencia no está aún bien clarificada y definida.
Isabel siente esta primera gracia mística a los 18 años de edad durante los ejercicios espirituales realizados en enero de 1899 y dirigidos por el jesuita P. Chesnay, antes de su entrada en el Carmelo.
El “Camino de Perfección” de Santa Teresa de Jesús ejerce una influencia decisiva en este momento de su existencia. La santa le descubre el misterio de la comunión con Dios. Su lectura le hace tomar conciencia de la presencia divina. Aquellas páginas son un auténtico reflejo del estado espiritual de su alma. Su oración es ya totalmente pasiva.
Sor Isabel se coloca desde ese momento en la más pura línea mística teresiana. Su vida se desarrolla ya bajo el signo de la interioridad. Se entrega plenamente a la vida de oración, al recogimiento interior, a la vida íntima con Dios. La Madre María de Jesús, priora del monasterio de Dijon, describe así el clima espiritual de Isabel: “Su oración es sencilla, sin complicaciones. Se lamenta de no hacer nada, maravillándose de que Dios lo hiciera todo”.
2. Segunda etapa: Descubrimiento teológico de la presencia trinitaria.
Este acontecimiento de su vida surge de modo providencial antes de su ingreso en el Carmelo. Se realiza en el mes de febrero de 1900 en el locutorio del Carmelo de Dijon. Es un encuentro histórico entre Isabel Catez (19 años de edad) y el P. Vallée (teólogo dominico), enamorado espiritualmente del misterio de la Trinidad. Han preparado esta entrevista la señora de Weisshard y la Madre María de Jesús, priora de las carmelitas.
Isabel Catez expone al P. Vallée su experiencia personal de la presencia divina, sus gracias interiores, las ilustraciones espirituales que recibe. El P. Vallée, apoyándose en la frase de san Pablo: “¿No sabéis que sois templos de Dios?”, le explica teológicamente el misterio de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma que vive en gracia y su actuación sobrenatural. Sus ideas de teólogo contemplativo son un horizonte de luz nueva que ilumina a la joven Isabel.
La conversación ha durado hora y media. Isabel ha sido conquistada definitivamente por la vida interior y el misterio trinitario. Posee ya una conciencia clara de su vocación espiritual y una garantía teológica de la actuación sobrenatural de aquella Presencia transcendente que sentía en su alma. El P. Vallée, impresionado por esta conversación, dijo más tarde: “He pasado a su lado uno de los momentos más felices de mi vida de predicador. La he visto alejarse como una ola apenas perceptible.”
3. Tercera etapa: El cielo en la tierra.
Es el gran descubrimiento de sor Isabel que va a configurar y definir más tarde su vida de “Alabanza de gloria” de la Santísima Trinidad. Este hecho histórico sucedió en el año 1902, durante su noviciado. Sor Isabel lo concreta en esta frase concretamente lograda: “He hallado mi cielo en la tierra, porque el cielo es Dios y Dios está en mi alma.” ¿Es un resultado de su lectura del Camino de Perfección de santa Teresa de Jesús? Ver el capítulo 28, 1.2,
Esta intuición de sor Isabel será el punto de partida para convertirse más tardea en “Alabanza de gloria”. Su destino es ser en este mundo lo que los bienaventurados en el cielo. Su misión es ejecutar en la tierra el programa de vida que ellos realizan y entonar ya en la Iglesia militante el himno de gloria que canta en el cielo la Iglesia triunfante. Determinación audaz y arriesgada de una joven carmelita.
Este periodo de su vida se caracteriza por un crecimiento sobrenatural de su alma en el amor a los Tres. Sor Isabel encuentra en el Carmelo el clima ideal para desarrollar su programa de espiritualidad trinitaria. Su historia de carmelita es la historia de un alma sin éxtasis, sin revelaciones, sin milagros, pero hecha oración, soledad, silencio interior, recogimiento y adoración.
Existen en el cielo de su alma dos realidades fundamentales que polarizan toda su vida. Son el amor y la fe. Ese amor es un amor correlativo. Es amor de Dios a sor Isabel y de ésta a Dios. Sor Isabel es una mujer abrumada por el peso del “amor excesivo” con que Dios la ama. Lo ha leído en san Pablo (cf Ef 2,4).
Ahora ella es una mujer, hecha para amar, quien se hace pura disponibilidad en las manos divinas para ofrecer a Dios un amor glorificante.
La fe es la apertura de su alma a Dios. En este sentido, se puede afirmar que la unión transformante de sor Isabel en Dios se ha realizado en pura fe, en obscuridad absoluta y en entrega incondicional por su parte, sin recortes personales.
Esa fe es, a veces, la nota trágica de su cielo en la tierra, porque se convierte en acción purificadora y liberadora de su alma. Sor Isabel es, en esos momentos, sujeto pasivo de una noche oscura de sufrimiento interior, de impotencia humana, de vacío espiritual que le conducen a la meta de la perfección sobrenatural.
Este periodo de su vida queda reflejada en la “Elevación a la Santísima Trinidad”, escrita por Isabel el día 21 de noviembre de 1904. Esa plegaria es la síntesis de su vida interior, el reconocimiento de su vocación definitiva. Ella expresa el clima de su espiritualidad trinitaria, y recoge todos sus anhelos sobrenaturales que hacen ya presentir la realización plena de su santificación personal y el cumplimiento de su destino en la Iglesia.
4. Cuarta etapa: “Alabanza de gloria”.
Es la fase suprema de la vida de sor Isabel. Es el vértice de su vocación trinitaria. Ella ha descubierto “la vocación eterna” a la que Dios la había predestinado.
Es un acontecimiento histórico de su vida personal, que se produce probablemente a finales del año 1904.
a. Una intuición.
Su priora, sor Amada de Jesús, le comunica esta frase que ha leído en el apóstol san Pablo: “Dios nos ha predestinado a ser hijos adoptivos para alabanza de su gloria” (Ef 1,12).
Sor Isabel tiene entonces una intuición maravillosa. Ha descubierto el destino de su vida: “Laudem gloriae”. Tiene conciencia de haber sido elegida por Dios para ser en el Carmelo la “Alabanza de su gloria”. Su entusiasmo es desbordante. Se lo comunica a las personas de su intimidad. En el concierto armónico de las criaturas, ella desempeñará una función personal e intransferible. Será la “Alabanza de gloria” de la Santísima Trinidad.
Sor Isabel justifica su determinación, porque parte de la idea básica de que no debe existir discontinuidad entre la función que desempeñan los bienaventurados en el cielo y la que su alma tiene que ofrecer en la tierra. El tiempo es para sor Isabel “la eternidad iniciada, siempre en progreso.” Por lo tanto, quiere ensayar en este mundo el “cántico nuevo” que cantará definitivamente en la eternidad.
b. Elementos básicos
La espiritualidad del Carmelo le ofrece todos los elementos fundamentales para realizar su vocación carismática. Esa espiritualidad es el telón de fondo del gran escenario de su vida, donde ella va a cumplir su misión específica de “Alabanza de gloria”.
El destino de un alma contemplativa es desaparecer, ocultarse, buscar el protagonismo del silencio fecundo. Isabel lo ha realizado transformándose en Alabanza del Dios que habita en ella. En vez de disfruta apaciblemente de la presencia trinitaria que ha experimentado místicamente en su interior, prescinde de sí misma para convertirse en glorificación de la Trinidad. Es el olvido absoluto de su persona. Es Isabel que desaparece detrás de su nombre nuevo de “Alabanza de gloria”.
Esta es también la hora de la unidad espiritual y de la plenitud divina de sor Isabel. Es la hora de la unidad, porque superando el mundo disperso de su alma (“el mundo de las disonancias”) ha reducido su vida espiritual a la unidad armónica que exige ser “Alabanza de gloria”.
Es el momento de la plenitud divina, porque se ha realizado en Isabel la unión transformante. En la cumbre del itinerario místico de san Juan de la Cruz sólo está Dios, y el alma busca únicamente su glorificación: “Sólo mora en este monte -dice el Santo- la honra y gloria de Dios” (Cima del dibujo de Subida).
Por eso, en esta etapa de su vida, sor Isabel es ya pura Alabanza de Dios y todo lo transforma en adoración divina. En este sentido, su testimonio personal es absolutamente convincente. Escribe: “Mi alma es un cielo en que canto la gloria del Eterno, solamente la gloria del Eterno.” (Últimos Ejercicios, p. 173).
Ella señala, en contrapartida, gracias místicas especiales que señalan la altura espiritual a que ha llegado. Ha tenido la experiencia del toque sustancial de las Tres divinas Personas, ha sentido la presencia de la Santísima Trinidad, celebrando su consejo divino en el interior de su alma. Es la gracia llamada de la Ascensión, por haberse realizado en esa festividad litúrgica.
Sor Isabel se sirve de la terminología de san Juan de la Cruz y de Ruysbroek para señalar el lugar exacto y preciso donde ha experimentado estos toques sustanciales. Lo llama “sustancia del alma”, “centro del alma”, “abismo del alma”, “fondo de nuestro íntimo santuario”.
[Beato Jan van Ruysbroek fue un místico célebre, nacido en el año 1293 en Rusbrock, cerca de Bruselas, Bélgica, y fallecido en el año 1381]
c. Proceso interrumpido
El proceso de la unión transformante de sor Isabel pudo ser más profundo, más íntimo, pero Dios permitió que se suspendiera bruscamente. La gloria de Dios consume a quienes la viven. Por eso, ella será, no sólo una “Alabanza de gloria”, sino también una hostia de Alabanza. Es el momento en que su vocación martirial se hace realidad en su cuerpo y en su alma. Es la hora del sufrimiento físico y moral, de su configuración con la muerte de Cristo, “el crucificado por amor”. Sor Isabel en esos momentos es un Cristo paciente.
La historia de su calvario comienza en la cuaresma de 1906 y finaliza en la madrugada del 09 de noviembre del mismo año, cuando ella muere pronunciando estas palabras: “Me voy a la Luz, a la Vida, al Amor”. La flor de su juventud ha sido truncada por la enfermedad.
Su cuerpo, roto y consumido por el sufrimiento, es la realización plena de este gran deseo de su vida: “Oh Amor, exprime toda mi sustancia para tu gloria, que ella se destile gota a gota sobre tu Iglesia.” (Palabras luminosas).
El dolor, la muerte, no son para Isabel un término. Ella no ha caído en el masoquismo de amar el dolor por el dolor, el sufrimiento por el sufrimiento. La muerte es para sor Isabel el encuentro con el Absoluto, con Dios. Por eso, su alma sólo interrumpe su canto de Alabanza en la Iglesia militante para ser una eterna Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad en la Iglesia triunfante.
V. SU DOCTRINA ESPIRITUAL
Cuando sor Isabel de la Trinidad expone su doctrina espiritual, no pretende hacer una reflexión teológica o formular una teoría. Ella no es una intelectual, no es teóloga, no posee unos esquemas mentales determinados. No propone impresionar a mentes determinadas con doctrinas sublimes. Ella es solamente un alma contemplativa que manifiesta sus experiencias personales, concretadas en su vocación trinitaria y en su misión eclesial de “Alabanza de gloria”.
Su doctrina tiene, sin embargo, contenido teológico, fuerza teológica. Esto es innegable. Pero esa doctrina adquiere un interés apasionante cuando se la contempla dentro del contexto de su vida como revelación del secreto de su persona y como expresión de las misteriosas vibraciones de su mundo interior. Sus escritos adquieren entonces el carácter de una autobiografía interior.
Se trata también de una doctrina que ofrece precisión y seguridad teológicas, porque lleva el respaldo de la Revelación divina. Está fundamentada en la Palabra revelada. “Puedes creer mi doctrina, porque no es mía”, le dice a su madre. Por tanto, no hay en Isabel audacia o temeridad. Lo único que hace es exponer con palabras sencillas, plenas de sentido teológico, la verdad, su verdad, la que ella ha vivido en su experiencia mística. Querer intelectualizar a sor Isabel, como se ha pretendido alguna vez, es debilitar su fuerza interna, su experiencia personal.
Sin embargo, desde el exterior podemos precisar unas líneas fundamentales de su vivencia interior:
1. La persona humana es un ser en relación.
Es una realidad que Isabel ha descubierto en el desarrollo de su vida interior. Ella misma ha caído en cuenta de que es, como persona, una mujer abierta siempre a Dios, en relación permanente con el Absoluto dentro de un contexto de comunicación y reciprocidad interpersonales.
Aplicando esta relación a su vocación personal de “Alabanza de gloria”, constatamos que en el orden de la gracia no somos unos seres solitarios, cerrados sobre sí mismos; sino seres llamados a vivir “en sociedad” con Dios, en intimidad con las Tres Personas, cuyas perfecciones imitamos y cantamos.
2. La persona humana como imagen natural de Dios.
Sor Isabel vive su vocación trinitaria partiendo de la imagen divina que la persona humana posee por ser criatura racional de Dios. Desde su perspectiva de “Alabanza de gloria”, comprende mejor la grandeza de ser una imagen creada de la Trinidad increada. Por eso Isabel escribe llena de entusiasmo: “Dios es la imagen del alma y Dios debe imprimirse en ella como el sello en la cera, como la etiqueta en su objeto.”
Ahora es cuando reconoce toda su dignidad de criatura, consistente en ser una copia, una reproducción de la idea ejemplar que Dios tuvo de ella eternamente en el Verbo”.
3. Una espiritualidad en línea bautismal.
La vocación trinitaria de sor Isabel se inserta fundamentalmente en la consagración bautismal Su espiritualidad es el pleno desarrollo de las realidades sobrenaturales que ha recibido mediante el sacramento del Bautismo y que permanecen en potencia en su alma.
La espiritualidad de sor Isabel, vivida en línea bautismal, se apoya en los siguientes principios fundamentales:
a. Presencia sobrenatural de Dios en el alma.
b. Inhabitación de la Santísima Trinidad.
c. Filiación divina adoptiva.
d. Incorporación a Cristo.
e. Dinamismo de las virtudes teologales.
Estas realidades sobrenaturales, que Isabel vivió de una manera muy personal, son siempre una constante de su doctrina espiritual y un camino abierto a las almas para conseguir su propia santificación.
4. Espiritualidad cristocéntrica
Si la Trinidad es el vértice de la espiritualidad de sor Isabel, Cristo es el camino que conduce a esa meta. Cristo es la primera “Alabanza de gloria” por ser la imagen perfecta del Padre. Por lo tanto, quien desee desempeñar esa misión necesita configurarse con Él a través de un proceso de cristificación. Este proceso supone una ascesis de renuncias y negaciones personales hasta lograr asemejarse a Cristo en la línea del ser y del obrar.
5. Espiritualidad mariana.
La espiritualidad trinitaria de sor Isabel tiene también una dimensión mariana. Es una espiritualidad que contempla a María como modelo de nuestra configuración con Cristo y como una auténtica “Alabanza de gloria”. María orienta a las almas a conseguir esa configuración con Cristo, porque ella es pura transparencia de Cristo. María es una “Alabanza de gloria” porque es la Virgen de la Encarnación.
Este es el gran descubrimiento de sor Isabel. La Virgen de la Encarnación es el modelo de las almas interiores por su vida de recogimiento, por su intimidad divina, por ser la Virgen adorante de la Palabra de Dios, hecha humildades de carne en su seno inmaculado.
6. Espiritualidad interiorizada
Es la nota diferencial de la doctrina de sor Isabel. Toda “Alabanza de gloria” tiene que ser un alma replegada sobre sí misma y consagrada a la intimidad con Dios. Sor Isabel encontró en el Carmelo las dos coordinadas de esa espiritualidad de interiorización que ella ofrece ahora a las almas como un programa de vida. Son la oración y el ascetismo del silencio.
Una “Alabanza de gloria” tiene que ser un alma orante porque la oración es silencio humano para conseguir la unidad espiritual de su ser y para que ese silencio se transforme en un misterio de presencia divina. Es la orientación nueva que sor Isabel da al ascetismo del silencio interior. En la espiritualidad de sor Isabel sirve para lograr la unidad espiritual de nuestro ser.
V. LOS ESCRITOS
1.- Diario espiritual (1899-1900).
a. La Misión en la Catedral
Del 30 de enero de 1899 al 5 de abril de 1899.
Indica y sintetiza los temas tradicionales de entonces. Anota las repercusiones en su persona.
b. Ejercicios espirituales de una semana del P. Hoppenot
Enero de 1900.
Sigue el mismo sistema.
2.- Excursiones al Jura
Las familias Catez y Hallo, en las vacaciones de 1895, alquilaron la casa parroquial de Champagnole, pues el sacerdote vivía en el orfelinato. Organizaban grandes excursiones que Isabel narra con estilo sencillo e ingenuo con sus 15 años.
3.- Elevaciones espirituales: cuatro oraciones.
4.- El cielo en la tierra (julio 1906).
Diez meditaciones partiendo de textos de san Pablo.
5.- Últimos ejercicios espirituales (agosto 1906).
Quince meditaciones, partiendo de textos bíblicos.
6.- Cartas (1889-1906). Son 301.
7.- Misivas espirituales o billetes. Son 27.
8.- Palabras luminosas, de antes y después de su entrada en el Carmelo, recogidas por varias personas.
9.- Composiciones poéticas: 119 poesías escritas para las fiestas conventuales.10.- Textos abundantes de san Pablo: De las cartas a los Romanos, Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, Tito, Hebreos
11.- Elevación a la Santísima Trinidad (21-11-1904).
¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro!
Ayudadme a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad.
Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable; sino que cada momento me sumerja más íntimamente en la profundidad de vuestro misterio.
Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra morada predilecta, el lugar de vuestro descanso. Que nunca os deje allí solo sino que permanezca totalmente con Vos, vigilante en mi fe, en completa adoración y en entrega absoluta a vuestra acción creadora.
¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria; quisiera amaros hasta morir de amor. Pero reconozco mi impotencia. Por eso os pido ser “revestida de Vos mismo”, identificar mi alma con todos los sentimientos de vuestra alma, sumergirme en Vos, ser invadida por Vos, ser sustituida por Vos, para que mi alma sea solamente una irradiación de vuestra Vida. Venid a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.
¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándoos; quiero ser un alma atenta siempre a vuestras enseñanzas para aprenderlo todo de Vos. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero mantener mi mirada fija en Vos y permanecer bajo vuestro luz infinita.
¡Oh mi Astro querido! Fascinadme de tal modo que ya no pueda salir de vuestra irradiación divina.
¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor! Venid a mí para que se realice en mi alma como una encarnación del Verbo. Quiero ser para Él una humanidad suplementaria donde renueve todo su misterio.
Y Vos, oh Padre, proteged a vuestra pobre criatura, “cubridla con vuestra sombra”, contemplad solamente en ella al “Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias”.
¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Vos como víctima. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.
VI. APÉNDICE
1. Miguel María Philipon (1898-1972).
Nació en Pau (Francia) en mayo de 1898. Ingresó en la orden dominicana en 1920 y se ordenó de sacerdote en 1926. Su vida sacerdotal dominicana se explayó en un incansable y fecundo apostolado en la enseñanza, en la promoción de la vida espiritual y en la redacción de numerosas obras, algunas de las cuales han alcanzado renombre universal. He aquí los principales títulos:
La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad.
Santa Teresa de Lisieux: un camino del todo nuevo.
Escritos espirituales de Sor Isabel de la Trinidad.
El mensaje de Teresa de Lisieux.
En silencio ante Dios (examen de conciencia).
La Trinidad en mi vida.
El nuevo impulso de la Iglesia: síntesis del Vaticano II.
Entre todas estas obras destaca principalmente la dedicada a exponer la doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad. Es un estudio acabadísimo de la magnífica doctrina de la célebre carmelita de Dijón. He aquí el índice de sus interesantísimos capítulos: Itinerario espiritual, la ascesis del silencio, la inhabitación de la Trinidad, la alabanza de gloria, la conformidad con Cristo, «Janua caeli», sor Isabel y las almas sacerdotales, los dones del Espíritu Santo, elevación a la Trinidad (comentario). Termina con un apéndice sobre la misión de sor Isabel, que consiste en atraer las almas hacia un silencio profundo e interior y suscitar en el mundo una legión de «alabanzas de gloria» de la Trinidad Beatísima. Este libro, que ha sido traducido a los principales idiomas del mundo, es, sin duda alguna, una de las mejores obras de espiritualidad aparecidas en el siglo XX.
2. Urs von Balthasar
Nació en Lucerna, Suiza, el 12 de agosto de 1905. Estudió en Viena, Berlín y Zúrich, y se licenció en literatura alemana. En Berlín fue donde conoció y recibió clases del también teólogo católico Romano Guardini, teniendo los primeros contactos con la filosofía de Kierkegaard.
En 1928, tras concluir sus estudios de literatura alemana con la tesis "La historia del problema escatológico en la moderna literatura alemana", ingresó en la Compañía de Jesús y se ordenó en 1936. En 1948 funda la "Comunidad de San Juan".
En 1950 abandonó la orden de los jesuitas. Las autoridades religiosas le prohibieron dar clases debido a que sus ideas no encajaban en las formulaciones tradicionales del catolicismo. En 1953, escribió Abatid los Bastiones donde defendió que la Iglesia no podía aparecer en el mundo moderno como una enemiga del mismo o una fortaleza cerrada, sino que su vocación trascendente tenía que llevarla a una apertura, asimilando los nuevos sistemas y dejándose interpelar para renovar los tesoros olvidados o aún no descubiertos que contiene el depósito de la fe. Ello le generó grandes incomprensiones por parte de la jerarquía eclesiástica.
Tras el Concilio Vaticano II, al que no había sido invitado, recibió un reconocimiento prácticamente unánime a su talla intelectual y a la profundidad de su pensamiento. Fundó con Henri de Lubac y Joseph Ratzinger la revista Communio.
Juan Pablo II lo creó cardenal, pero murió dos días antes de la ceremonia, el 26 de junio de 1988. Junto a Karl Rahner y a Karl Barth es quizá uno de los grandes pensadores cristianos contemporáneos y por ello, el 23 de junio de 1984 recibió el Premio Pablo VI de manos de Juan Pablo II.
3. Gabriel de santa María Magdalna
Carmelita belga, profesor del Teresianum de Roma por los años 1950, autor del libro “Intimidad Divina”. En la presentación de su última edición dice:
He aquí una edición cuidadosamente revisada del libro de meditación personal y grupal más clásico de los últimos tiempos ¡la décima! Como siempre, siguiendo día tras día el mensaje del “Año litúrgico”, su autor, P. Gabriel de Santa María Magdalena, nos ayuda a hacer del mismo una “lectio” original para la que se sirve de textos sacados de los Santos Padres, grandes místicos, autores espirituales y Magisterio de la Iglesia. Y todo con la sencillez, concisión y calado que le han hecho único a lo largo de tanto tiempo.